jueves, 1 de octubre de 2009

Y AHORA LA SONRISA

No tengáis miedo. Es el consejo del lúcido.

Yo sé que habéis espiado cada una de mis tristezas con preocupación y que habéis leído mis desahogos literarios con el temblor impotente de quien asiste al espectáculo de la locura.

Pero ahora he de ser honesto. “Mierda para la poesía”, dijo Rimbaud. Todo esto, ya os lo dije, no es más que un juego perverso que busca destrozar entrañas como la mayor de las victorias. Y no es un mal cometido si logramos el revulsivo que incite a los hombres a ponerse en marcha, aunque sea en el inicio de otros nuevos juegos igualmente perversos.

Pero hoy he decidido diluir el trampantojo, quitarme la máscara y contaros el truco. Los otros magos me odiarán por esto, pero me importa más hablar claro.

Tal vez no haya sonado aún la hora de la felicidad en literatura. Y ahora lo vais a entender. Este entretenimiento, más que un exorcismo es un sumidero, un retrete, un pozo ciego adonde van a parar las suciedades personales y las costras nauseabundas de cada cual. Como no deja de ser un divertimento estético, amontonamos la mierda y le damos forma. Y surge el estilo. Contemplamos nuestra obra y sonreímos satisfechos viendo lo que da de sí la inmundicia. La adornamos. Recubrimos la porquería con nuevos pegotes y producimos basura nueva para no quedarnos sin materia prima. Así engrandecemos nuestra pena; buscándole una utilidad.

Pero, ¿y la alegría? Esto es más costoso. Lo que es amable no se deja amontonar de cualquier manera, pues su exceso lo degrada. Alguna pincelada suelta de vez en cuando es suficiente. Demasiada felicidad no estaría bien vista. El ego es nuestra herramienta y una sonrisa es una debilidad.

Y ocurre, además, otra cosa. Cuando uno sufre, vuelca su dolor en la palabra, se limpia, suda; cuando uno es feliz ríe, bebe, folla, baila, abraza a la gente y se olvida de escribir. Porque ya no es necesario.

Pero yo hoy me he dispuesto a respetar mi oficio, a aplicarme en la tarea sin tener que esperar nuevas tristezas. He decidido sentarme a juntar palabras para contaros el secreto de los poetas amargos y daros cuenta de otra realidad que también nos ocurre aunque la apartemos como a un virus que podría hacer enfermar nuestro verbo. Así, voy a ser tajante. Nada de oscuridad esta vez. Sincero hasta el mareo.

Hoy os puedo asegurar: que no hay en el mundo persona con más ansia de vida que yo, con más ganas de vivir. Que la existencia es un lujo adornado con maravillas.

Hoy, ni una puta lágrima. Me bebo con delicia mi presencia en el mundo.

Soy feliz.

Muy feliz.

YO Y YO MISMO

Aquí, delante de mí, tengo mi propio cuerpo. Detrás, tengo un sueño. Saltaré de espaldas sin perder de vista el horizonte. Después, de un brinco hacia delante, recuperaré mi forma. Y la limpieza será total. Si el cálculo es preciso y las fuerzas no me fallan, creo que podré diseñar de nuevo el mundo. Después de una agonía, si se consigue sobrevivir a la muerte y se esquiva con buen pie la locura, es posible lograr el estallido más brillante, una apoteosis de las de verdad. Yo lo vislumbro.

Es imprescindible un plan; mejor si está ligeramente desenfocado, dejar de lado ciertas emociones y marcar una geometría perfecta sobre la que canalizar las brumas. Luego arremeter a tumba abierta, seguros del poder que hemos creado. Como en una guerra santa. La batalla ha de ser a muerte. Ya vendrán nuevas agonías, pero esta guerra hay que ganarla.

Vislumbro una cierta victoria. ¿Es posible? En mi corazón hay ruido de sables.

Y eso suele presagiar un nuevo gobierno.

Tal vez un reino nuevo.

SER INFINITAMENTE YO

Ser infinitamente yo. O dejar que se consuma todo. A partir de ahora, sin disimulo, aquí me tenéis. Más sincero imposible. He roto todos los candados y he descosido la boca a mis dragones. Me he convertido en un dragón. Por fin.

Ojeroso. Cansado. Ya... ¿qué más da? Aquí está mi lengua relamiéndose de gozo. Y aquí mi alma. Enfrente de vuestras calaveras. Todo ha sido soltado.

Al fin y al cabo, no iba a morirme sin darlo. Me dispongo a reinventarme.

Ser infinitamente yo. De una vez por todas y sin sonrojo. Para suavizar mi úlcera; para que no me queme el esófago.

Ahí va mi sangre, todo lo que me duele. Porque mi felicidad es mía y no quiero compartirla. Aceptad sólo la bilis.

Por mi parte, voy a aurificar la vida. Quiero mármoles, oro, esplendor y lujo. Quiero aprender de los grandes maestros avaros.

La gran obra de arte está llegando. En el próximo tren, a la hora más intempestiva. La modestia ha muerto, ya no soy humilde. Pienso curar mis angustias con un derroche de estallidos verbales, con el despliegue de todas las ambiciones más mezquinas. Voy a engrandecerme desde el limo.

Y no preguntéis, porque no tendréis respuestas. Si buscáis consuelo acogeos a otros gurús. Yo sólo pienso en mí y sólo para mí es el fruto de mi lucidez.

Ser infinitamente yo. Como si se abrieran las nubes y descubrieran de repente la luz imprevista. Un milagro fascinante, un disco de fuego cegando vuestros ojos al despertar. Así me he creado. Tan grato y hermoso a mi vista como siempre había soñado. Yo infinito.

martes, 22 de septiembre de 2009

LO TRISTE

Lo triste no es estar triste.

Lo triste es que te cojan por sorpresa mil demonios que desconocías, que te agarren fantasmas inesperados por los pelos y te torturen día tras noche tormentas no previstas.

Lo triste es que te sorprenda desnudo la tristeza.

sábado, 29 de agosto de 2009

Hace unas horas, de visita en Madrid

La voz cadenciosa de Apollinaire me ha sorprendido en un sueño y he vuelto a oír París y se me han vuelto a poner los pelos como púas. Los asfaltos parecen nuevos otra vez, un poco más lejanos, y la melancolía vuelve a funcionarme algunas tardes. He recobrado emociones que creía vencidas. No he muerto y esto es todo un descubrimiento.

Me he tatuado cinco vocales de colores en el lomo, convencido de la grandeza de vida que me inunda. Creo que ya sé adónde dirigirme. La huida ha dado frutos.

Una sonrisa nueva ha parido un cordero.

Recuperado todo mi equipaje, vuelvo a enfrascarme en la tarea de dejarme fascinar. Aunque aún me quede por llorar, mi posición ante la existencia es hoy de cara y con glotonería. Sea lo que tenga que ser, pero mi nueva piel tardará en secarse y, hasta entonces, todo es mío y el viento sopla a mi favor.

A los cansinos, ni agua. Y a los monstruos adorados de mi galería de mitos, una copa por cabeza para festejar mi regreso.

Bendito Toledo.

domingo, 23 de agosto de 2009

Hace algún tiempo, en Madrid

De pronto me he vuelto un existencialista. En cierto modo, sé que siempre lo he sido. ¡Mi haraganería se parece tanto a la de Van Gogh! Sólo que él fue capaz de entregarse hasta los huesos. A mí me falta entrega. Estoy parado, atascado. Creo que lo que sucede es que me aburro de ser tan terriblemente viejo y esto provoca en mí un miedo paralizador, un pánico que me impide caminar. A cada paso que doy se me aparece mi propio fantasma, el fantasma de mí mismo, bien en el espejo, bien en la visión de mis propias manos. Entonces tiemblo por dentro. Pongo cara de póker y empiezo a temblar por dentro. Y me causan terror estas cosas tan tristes que escribo; y la forma en que lo hago; y la imposibilidad de continuarlas. Porque me falta entrega. Me siento como un niño que no sabe cómo jugar con sus juguetes.



Paseo estas calles llevando colgada de mi rostro esa media sonrisa forzada que precede al llanto. Paseo estas calles sabiendo que están ya exprimidas hasta la cáscara, que no tienen ya nada que ofrecerme, secas y duras como están. He quemado toda posibilidad de sorpresa y el día en el que me encuentro es demasiado parecido a cualquier día de hace cinco o diez años. Este asfalto, estas aceras sucias me han amansado obligándome a cumplir años a ritmo de autobús. Se han adueñado del mundo. Parece que ya no exista nada más allá. Nada, al menos, que acapare mi atención. Ya ni París funciona. He perdido los sueños entre las cerdas de las escobas de los barrenderos y se me está muriendo Rimbaud. Tengo, como siempre, accesos de melancolía, pero tan conocidos y previsibles que ya no producen en mí ningún efecto balsámico. Se impone la huida, pero ¿adónde? Miro hacia el exterior de mi burbuja y el aire es igualmente pútrido. La muerte no me atrae. El alcoholismo es tremendamente monótono. Me queda la literatura. Por alguna razón sigo confiando en este entretenimiento sin forma, tan engañoso y falso como un trampantojo. En él todo es asquerosa mentira, la mierda acumulada en un cerebro humano que ha de ser evacuada en liberadora diarrea lingüística para que no forme trombos en las venas. Es la limpieza terapéutica que previene del ictus. Entonces, ¿qué me importarán a mí los desechos tóxicos de los demás? Y los demás, ¿qué han de encontrar entre mis excrementos que sea digno de consideración? ¿Por qué esta fiesta escatológica en la que todos nos sentimos a gusto revolcándonos en la inmundicia?

Este juego es una perversión.

martes, 18 de agosto de 2009

Yo, como Artaud, soy el único testigo de mí mismo.

Y, últimamente, medianamente feliz, después de todo.

sábado, 1 de agosto de 2009

JUEGO ÓPTICO

Lo primero que uno mira cuando se despierta es la gotera con forma de pelícano que tiene sobre su cabeza. Esta figura, fruto del azar, es en realidad un capricho de nuestra imaginación, que un día, aburrida de observar una fea mancha de humedad, decidió darle un sentido estético, lúdico, que adornase lo que hasta entonces había sido un molesto pegote. Es un juego muy común, uno se pasea con la vista sobre una masa informe y va moldeándola hasta lograr una forma coherente. Al principio obtenemos una imagen borrosa, pero luego, de pronto, aparece algo y decimos esto es, se ve clarísimamente, es un pelícano. Yo una vez encontré, en el suelo del baño de mi oficina un retrato fidelísimo de Unamuno y llegué a verlo con tanta nitidez que me planteé si no habría sido colocado aposta en las baldosas por algún ferviente admirador suyo. Pero claro, uno lo razona después y se da pronto cuenta de lo absurdo de la idea.

Las nubes son, como todo el mundo sabe, otro buen material para este entretenimiento. No es nada anómalo ni peligroso. Todo el mundo lo hace y es un buen ejercicio para distraer la mente. El problema aparece cuando el pelícano desciende del techo, se desliza entre las sábanas y pone todo su empeño en picotearnos el cuerpo, después se acerca a nuestra cara y con un estridente graznido lanza un veloz picotazo a nuestro ojo. Luego se planta sobre la almohada y permanece allí mirándonos fijamente. Parece reír. La humillación que padecemos es espantosa, porque no podemos hacer nada. Lo mataríamos, pero esto no es posible: se trata tan sólo de una mancha de humedad en el techo de nuestro dormitorio.

jueves, 23 de julio de 2009

EXISTIR A MEDIAS

No estaría de más, algunas veces, sentarse delante del televisor babeando odio, con el entrecejo hundido, los ojos velados, el mentón apuntando como un arma, descansando toda nuestra angustia sobre un cuerpo que se desparrama y se escurre desde el sofá hasta el suelo, agarrar la Parabellum y, en un descuido, alzando todo nuestro brazo hacia delante, disparar contra el presentador del telediario. No estaría de más.

Porque esto desfogaría nuestro particular infierno, no haría daño a nadie y el más primitivo de nuestros instintos quedaría amansado con el trueno terrible de este simbólico e indoloro asesinato. Pero no.

Tampoco esto es permisible. Tampoco esto podría ser entendido como un acto liberador, terapéutico e inofensivo. La mala bilis del simio humano no dejará que nuestro fuego se encamine y busque salida por donde quiera, aunque no duela en carne ajena. Nuestros vecinos, nuestros semejantes o aquellos que ni se nos asemejan ni comparten nuestro espacio vital, no aceptarán estos hechos solitarios y personales. Nos dan permiso para existir. Y eso es todo.

El esclavo de al lado es el peor de los esclavistas. El infierno son los otros.

Por ello no es de extrañar mi mal aliento cada vez que piso estas calles de la selva humana, donde se empeñan en sobrealimentarme con odio del mismo modo que a los patos destinados al paté los alimentan a presión hasta que el hígado les estalla en cirrosis. Aquí no se me permite la huída si no es bajo el nombre de locura. Paté de seso. Sólo es posible la libertad pagando a cambio el precio del dolor. Y, entretanto, mientras paso por cuerdo, una úlcera duodenal va creciendo al mismo ritmo que la rabia de no poder existir en mi propia existencia, condenado a existir en la ajena.

Lo triste, lo verdaderamente sangrante, es comprobar que el paraíso que uno ha pretendido forjarse, rodeándose de ciertas caras amables, sigue siendo ineficaz, porque, al fin, el infierno es también uno mismo. El que dijo: Mi reino no es de este mundo, sabía bien que su reino no tenía lugar ni dentro ni fuera, que era un reino jamás conquistado, una causa perdida.

Uno ama la vida, porque no hay otra cosa y porque a veces se tiene la sensación de que levitar es posible y no hay más que cerrar los ojos y dejarse llevar por el escalofrío de las entrañas para alcanzar la fluidez total, la pura suavidad de la existencia. Esos momentos son los que nos hacen aferrarnos al mundo. Pero son fugaces si uno se despista un poco. Que es lo que siempre ocurre.

lunes, 13 de julio de 2009

FASCINACIÓN

Sentado en una mesa del Café Gijón, decido inventarme algo.


De momento barro de un plumazo lo que se nos ha enseñado que ha de ser el mundo. Me como kilómetros y kilómetros de papel burocrático. Soplo sobre la tierra. Hago que los hombres se limpien la costra en una concienzuda ablución matutina. Todo está preparado.

Poco a poco aparece la imagen de un gran dictador reflejada en mi vaso de agua. Es un dictador transparente, cálido, con una mirada que atraviesa los muros de hormigón. Ha llegado montado en una nube con forma de elefante alado. En sus manos, un código de leyes absurdas.

Desciende sobre la tierra en medio de un estallido de voces casi densas, casi pétreas. El pueblo. De la nada surgen Beethoven, Schiller, la alegría, la coral. La música hace vibrar los huesos. El dictador es llevado, erguido sobre un palanquín, por entre dos filas de inmensas columnas jónicas. Un viejo, agazapado entre las sombras que proyecta la multitud, murmura: Hitler ha vuelto.

El dictador llega a un estrado gigantesco. Su figura es apenas visible, como un punto minúsculo perdido en la lejanía de lo inalcanzable. Todo sonido desaparece. El dictador carraspea y gargajea. Escupe a los pies del estrado. Luego, impertérrito, alza la vista hacia el horizonte que se extiende ante él. El silencio es dolorosísimo. De pronto, alarga su brazo izquierdo y señala el glorioso esputo. Habla.

-Este es el salivazo del Dictador. No quiero que nadie lo limpie. No quiero un pueblo de siervos. Si os acercáis a él seréis esclavizados de por vida y yo me regodearé utilizándoos. No me obliguéis a hacerlo. El dictador se da media vuelta y desaparece de la vista de las masas.

Embriagado, aturdido por no sé que luces de estas paredes doy un trago corto a mi café. Noto como si un mundo nuevo, líquido, caliente, me entrara por la boca. Enciendo un cigarro. Paladeo el sueño visceral que me está ocurriendo. Soy una estatua en trance. Con los ojos húmedos y un escalofrío lento y persistente. Estoy envuelto en un aliento colectivo que me hace sudar. Las lámparas desprenden una luz cada vez más amarilla. Mis músculos faciales se relajan. Soy Santa Teresa, pagana y ansiosa de vida, sentado ante esta mesa del Café Gijón. Veo destellos en los mármoles.


Un poco de política:

La Dictadura de la Libertad. Es obligatorio no dejarse someter. Es obligatorio luchar contra los amos, luchar contra los castradores, luchar contra el Dictador. Todo signo de aborregamiento será castigado. La condescendencia, el arrastre, están proscritos. Las masas han de ser culturizadas y quien renuncie al conocimiento tendrá su merecido. Esta es la gloriosa misión de nuestro Dictador, que a sí mismo se define como tal. La iglesia será perseguida. No hay lugar para esa factoría de esclavos. Quien se enorgullezca en público de su ignorancia tendrá cárcel. Será impuesta la rebeldía y castigada la sumisión. Quien luche contra mí, dirá el dictador, será enfrentado, pero no destruido. Desaparecerán todos los partidos políticos así como cualquier grupúsculo que lastre las conciencias. El individuo deberá luchar solo, insumiso e inconformista y todos los hombres y mujeres aprenderán a ser solitarios. Esto no acabará con las relaciones humanas, sino que las potenciará hasta su máxima expresión: la conciencia de la libertad propia tanto como de la ajena. El respeto y la evaluación constante de lo que es de justicia. Los hombres serán libres por gracia de una ley coercitiva.

Para obligaros a conquistar la libertad debo comenzar por cercenárosla. Entendedlo como una poda; necesaria para que el árbol crezca robusto y fuerte.

Nuestra divisa será una frase de Unamuno: Todo hombre debe aspirar a la genialidad. Y no hay genialidad sin resistencia.

Yo habré de protegerme de la masa, asegura este dictador que lleva mi rostro, pues nada tendré que ver ya con ella una vez haya dictado mis leyes y dispuesto mis fuerzas. Vuestro enemigo soy yo y soy también vuestro padre. Os ordeno la libertad. Yo soy el Dictador. Nada os oculto. El delito más grave será la adulación.


Un sueño que dura lo que un café no puede ser un mal sueño.

viernes, 10 de julio de 2009

ACTUALIDAD

Últimamente estoy muy nietzscheano, debatiéndome entre la voluntad de poder y un eterno retorno al abismo.

(Hoy llevo ocho cervezas toledanas, una herida sangrando en los recuerdos y un amor que no se sacia ni con sueños de megalómano.
Y más de dos semanas sin fumar para no ahogarme).

Estoy triste.

martes, 16 de junio de 2009

DOS MICROCUENTOS

UN TRUCO

He oído contar que algunos hombres, llevados por el afán de experimentación en la búsqueda del placer infinito, arrancan las alas a las moscas y se colocan cuidadosamente sobre el glande el animalito mutilado. Éste, al corretear sin sentido provoca con sus patitas una maravillosa sensación en el experimentador.
¡Dichoso aquel que consiga arrancarle las alas a Campanilla!.



AL DICTADO DE LA LOCURA

He aquí un fragmento de la novela que dejó inacabada un viejo escritor loco:

“Yo soy Teofrasto, hermano de Cleóbulo, emparentado de lejos con la tribu de Rubén. Voy con la vida o con la muerte según soplen vientos. Dentro o fuera estoy siempre solitario. Yo soy Teofrasto, sobrino del genoma, esclavo del rey Pirro. Deambulo sin linterna por los rincones infinitos. Mis manos son inmunes a la materia sólida y llevo a los siglos palpitando en mis genes. Yo soy Teofrasto, marido de César; capitán de tropas napoleónicas. Yo inventé los agujeros negros y creé con mis manos las gotas de lluvia, la tierra, el fuego y la brisa. Cuando he imitado a los átomos me han llamado dios; cuando he separado los imanes, demonio.
Yo soy Teofrasto, demiurgo sentenciado, cuñado de Mozart”.

LOCO, HOMBRE-MÁQUINA Y VENCIDO

Era yo, tal como me ve el espejo, desnudo entre los hombres, imaginado por todos, bestia despojada de indumentaria en un sueño de cromañones. Era libre frente a la sangre doblegada que acumulaba tristezas arcaicas. Loco, decían. Loco me llamaban y se inventaban risas que brotaban secas bajo sus ojos tristísimos. A las espaldas del mundo, ante la mirada del dios-abuelo, ni la lluvia ni el sol más inmensos dejaron de acompañar mis largos paseos por la ciudad de lo real; aquella a la que dieron el nombre de Locura. Sólo los hombres se negaron a compartir mi camino. Y fue como una liberación. Me supe sabio, o al menos limpio, y me sirvieron de alfombra todas las banderas del mundo.



Yo era, en mi caverna, dueño y rey del universo y sus confines. Despreciado sin que me importara, condenado a la misantropía, pero sin prisas y con todo el viento a mi disposición. Porque me daba al aire y todos lo sabían. El aire era mi guía. De él extraía todas mis caricias y el deífico goce con que alimentaba mi modorra. Con él dormía y a él me entregaba. Amante limpio, siempre recorriendo mi desnudez, mi cuerpo llano y libre. Fue el vehículo y el mapa que me llevó de vida en vida, de sueño en sueño, certero y paternal alrededor de mis huesos como un envoltorio. El aire. El pecaminoso aire. Por él bajé a los lodos; en él me sequé luego.

Yo era, fui, un jugador incansable. Apostaba fuerte porque todo era mío y no poseía nada y nada tenía, pues, que perder; tan rico y poderoso llegué a sentirme.

Bajo los árboles, sobre la hierba de Walt Whitman, entre los tilos de Rimbaud y los versos de todos, fui capaz de reír como nadie, de llorar de gozo, de gozar con el nombre sagrado e impronunciable de mi vida; santo en los infiernos, demonio celestial, hombre, al fin, desnudo entre los hombres.

¡Ojalá mi sordera hubiera sido sordera de alma ante los consejos de los malos augures! ¡Ojalá hubiese sido sordo de espíritu y ciego de corazón ante los civilizados apóstoles de la sociedad! Nunca debí percibir el gusto, el tacto y el olor del dinero. Alimentos y agua nunca me habrían faltado, ropa no necesitaba, techo... por techo tenía el mundo.

Quienes me llamaron loco me llamarán hoy grandilocuente; quienes han bebido del mismo manantial en que fui bautizado sabrán que soy sincero.

Yo era tal como me ve el espejo, un simio de verdad, desnudo ante los hombres; un sexo lubricado goteando sobre las flores. Infinitamente más dios y más libre que todos los demiurgos creados por el sueño de los pueblos.

Hasta que llegó el miedo.
Por miedo perdí el campo. Por culpa de la tristeza renuncié a correr desnudo.

Me tuve que amoldar a los horarios, al metro en hora punta, a las vicisitudes de un empleo.

Y los tilos de Rimbaud se descompusieron en un herbario de momias decimonónicas, disecados como un mal recuerdo de la vida plena. Un triste catálogo amarillento que insultaba a mi memoria y me acusaba de traidor cada noche.

Ahora soy el hombre-máquina, sin emociones, cansado de que nada me sorprenda. Tengo una piel, bajo la ropa, que ya no vibra y ha regresado a mi carne el humano y ancestral miedo a la locura. Me embadurno con esta rutina incesante que suena como un gong, decidido a postrarme ante la nada, a momificarme en vida y, también, a dejar de ser un niño.

Y esta vez para siempre.

miércoles, 3 de junio de 2009

PREPARACIÓN PARA LA LUCHA O EL DIÁLOGO

Si no eres capaz de aceptar la contradicción, si no ves en la duda una máxima que gobierna la inteligencia, si no crees con Unamuno que lo otro, lo contrario también pueda ser verdad, no me leas. Olvídate de mí si vas a aseverar tajantemente, si vas a afirmar contra viento y razón. No soy tu interlocutor si tu seguridad es aplastante, si tu certeza es firme. No busques conversar conmigo si no has aprendido a fundir el blanco con el negro para crear un gris revolucionario. No lo hagas, no me invoques para matar tu tiempo en discusiones constructivas, porque yo no soy tu juguete. Diviértete sólo y calma tu sed intelectual en otros laberintos. No lo hagas, no rebusques en mi interior, porque te desprecio. Y si eres capaz de aceptar este desprecio, asumirlo, digerirlo y racionalizarlo sin llegar a convertirlo en ley, entonces ven. Te espero.

Empieza por entender que es inútil que rebatas mis argumentos, porque yo mismo me los estoy rebatiendo antes de empezar a hablar.

¿Qué gran aburrimiento me tienes preparado? ¿Por qué te empecinas? Si existe algún dios sólo puedo ser yo. Y ni siquiera esto me convence del todo. ¿Por qué sigues leyéndome?

Pero si entiendes lo que digo, entonces continúa tu lectura. Porque tú eres yo y es para ti para quien escribo.

No soporto los estallidos de cólera que amurallan una cerrazón estúpida. Si buscas una guerra, deberías pensártelo mejor. Pero si, a pesar de todo, quieres luchar, no tengas la menor duda de que iré a por ti hasta la muerte. Si luego sufres, si te ves dañado, no vengas después con la lagrimita. Te he advertido lo suficiente para que tu autocompasión me dé náuseas. Llevas las de perder desde el principio por una razón: yo ya he perdido. Y no habrá nada que me detenga en caso de enfrentamiento. Tengo tanta pesadez de párpados que si me hostigas, tal vez no me importe llegar hasta el final. Y el final es la destrucción. Nada de lo que digas me herirá si no lo cargas con argumentos. Pero, ¿qué argumentos puedes usar contra una lengua cargada de razón? Sí, mi lengua llega hasta ti cargada de razón. No me juzgues pretencioso. Es que nunca ataco por un solo flanco. Si tú vienes de cara, te rodearé y acabarás viéndote sitiado. No son trampas, no son armas falsas. Es sólo una maniobra envolvente que se ríe de los que van por la vida seguros de sí mismos.

Puedo llegar a hablar sin parar durante horas larguísimas. Cuando la desesperación se apodere de ti habré vencido. Mi arma es la paciencia.

Dirás que también yo parezco muy seguro de mí mismo. Te equivocas. No lo estoy. Y eso me da fuerzas. Sé también que con ello conseguiré sacarte de quicio y, en el momento en que lo logre, habrás recibido la primera herida mortal. A partir de ahí me proclamaré vencedor. Y no podrás hacer nada para evitarlo. Llegarás a llamarme sofista, pero sólo estaré demostrándote que no hay nada que puedas afirmar. Sólo sé que no sé nada, ahí empezó todo.

Sin embargo, no creas que me agarro al aire. Todo lo que voy a decirte lo has pensado tú también en alguna ocasión. Juego con tus armas, así que no me señales con el dedo. Lo que diga, lo has dicho tú antes. Mis afirmaciones han sido tuyas. Y si no lo recuerdas, déjame que te refresque la memoria. ¿Cuántas veces has dicho lo contrario de lo que ahora dices? Lo sé de antemano. ¿Cuántas veces hemos dicho todos todo lo que se puede decir? En serio o en broma, borrachos o sobrios, en una circunstancia o en su contraria, en un momento de cólera o respirando paz. ¡Pobres filósofos de la historia! ¡Cuánto tiempo perdido!

MAESTRO EN FANTASMAGORÍAS


Sólo él. Un puro misterio de la juventud, una casualidad entre casualidades. Y un secreto que se funde bajo la capa de la piel, blando y necesario como una entraña. Gerifalte de cantores sin ejército, ninfa febril, efebo cruel.

martes, 2 de junio de 2009

ASÍ HABLABA

Hoy no hablaré yo, lo hará Nietzsche por boca de su Zaratustra:

Yo os digo: es preciso llevar dentro de uno mismo un caos para poder poner en el mundo una estrella.

lunes, 1 de junio de 2009

DE VITA BEATA



Por lo que a mí respecta, si pudiera vivir como un anacoreta, huir de la noche y sus luces, sería medianamente feliz. No soy lo que creéis. Lo que fui, todo lo que bebí y lo que disfruté con la locura, no son patrones para juzgarme hoy.

Hoy necesito más la luz del día, la calma. Me aburro terriblemente en medio del descontrol y no encuentro nada amable en tropezar borracho.

Si pudiera escapar del siglo, encerrarme, columpiarme en una mecedora, rodeado de libros y comida casera, sería feliz a ratos, que no es poco. Y si tuviera además una voz cálida a mi lado, que me secase el pelo tras la ducha y acariciase mi espalda para dormir tranquilo, daría por cerrados todos los bares del universo.

Pero se me ha condenado.

Obligado a andar a trompicones, voy a la oscuridad como las polillas a la incandescencia. Me abraso por desesperación y juego a los abismos. Porque no sé templar mis nervios cuando estoy perdido, corro de esquina en esquina, de farola en farola, como un tigre endemoniado.

Sufro por ello, porque lo que yo quisiera es dormir a pierna suelta sin dolor de garganta, despertarme sin tortura y hacer del desayuno ceremonia.

Pero se me ha condenado.

He creado un icono de mí mismo y ahora se me obliga a perpetuarlo. Si vuelvo a recrearme en la inmundicia es porque nadie se cree lo que yo busco. Y no se me permite la cordura.

Por lo que a mí respecta, quisiera vivir tranquilo, apaciguado.

Aunque os empeñéis en no creerlo.

viernes, 29 de mayo de 2009

VIERNES

Hoy persigo un calor asfixiante que me impida pensar. No quiero escribir, no quiero angustiarme con nada. Sólo fundirme como el plástico. Que una nube de calor denso me inutilice durante unas cuantas horas.

Esta tarde desearía ser enterrado hasta la barbilla en la arena del desierto o trasladado en camello sin reservas de agua. Sin agua no hay lágrimas. Quiero perder la razón.

No más dolor. Sólo calor y debilidad absoluta. Sudar como una vela. Y olvidarlo todo.
Hoy persigo el embotamiento total de los sentidos. Ser un cacto.

Y que este fin de semana me coja confesado.

jueves, 28 de mayo de 2009

BREVE CAMINATA NOCTURNA

De noche caminas hacia la gasolinera para comprar tabaco. La autopista de circunvalación queda a tu derecha, sumida en un abismo de luces de farola y oscuridades amenazantes. Al otro lado de la autopista el pequeño cementerio del barrio, invisible entre las sombras y cuya presencia tan sólo intuyes, interpone un espacio donde la nada se come a la nada entre la vida de acá y la vida que brilla con pequeñas luces palpitantes lejos, casi en la línea del horizonte. Caminas envuelto en una leve niebla que humedece los bordes de tus fosas nasales y por alguna razón tienes miedo. No es miedo a los muertos ni al asesinato ni al atraco con sangre. Se trata de un pavor a los colores de la noche, a la tierra que bajo tus pies parece inerte y que, sin embargo, percibes como una amenaza, como si algo de vida bullera expectante en ella y tú estuvieras caminado sobre la epidermis de un monstruo. Quedan doscientos metros para llegar a la gasolinera y algo en ti sugiere que des media vuelta y regreses a casa porque puedes no llegar cuerdo al amanecer.

HORA BRUJA



Llaman hora bruja al momento en que un día termina y empieza otro. Las doce de la noche, las cero horas, ese es el instante que muchos asocian al misterio y a la magia, a la explosión de miles de ojos nocturnos que, ocultos en la negrura, amenazan a las almas y espían a los que viven.

Pero yo no me conmuevo. Doce campanadas en el reloj no son para mí sino doce avisos enviados desde la nada. Sólo hay un lapso en el transcurso del día que a mí se me antoja algo más que mágico, algo más que brujo. Un instante de fuerzas embriagantes y silbidos imaginarios. Es cuando las sombras se alargan y la luz se espesa hasta derramarse hecha miel; cuando el sol da la espalda y lame los campos como una marea en lenta retirada. El ocaso. El momento del día en que la tierra y el cielo hablan cadenciosamente para dominar las almas de los hombres. La brujería suprema. El grito de presente del dragón dormido.

Afirmo que la hora bruja es el atardecer. Y en mi afirmación me apoyan las aves que se retiran a sus nidos alarmadas ante el silencio que se avecina. En ese momento, en un lugar que me queda lejos, Stonehenge alisa sus ancianas barbas y abre los brazos frente al cielo. Habla y sólo le escuchan los antepasados de nuestros huesos. A mí aún me llega un rumor que comprendo a medias.

miércoles, 27 de mayo de 2009

CONSUELO

Imaginemos por un momento cincuenta grados a la sombra en un penal de Nuevo México, encadenados los pies y vendidos, acosados por el dolor en medio de una orgía oscura y siniestra en donde los funcionarios se regocijan y los reos sufren silenciosos, comiéndose la muerte con los dedos. Seamos capaces de hacer el esfuerzo glorificador de vernos a nosotros mismos encadenados a la atroz privación, sometidos a la desgarradora burla de unos muertos sobre otros. Calor, exudaciones dolorosas, vergüenza que aturde, olores que atormentan, escozores en la piel descarnada que funden el alma, sol abrasador, penumbra, oscuridad solidificada; gangrena y daño.

No caigamos en la tentación de recrearnos, de teatralizar o escenificar en nuestra mente una tragedia literaria. La salvación, si es que perseguimos alguna suerte de autoamnistía, pasa por condolernos por los desconocidos pero existentes condenados y, después, en un alarde de egoísmo purificador, mirar a nuestro alrededor y combatir la realidad con el esfuerzo sublime de sentirnos a salvo. Así agotamos las posibilidades de rodar cuesta abajo por la desesperanza; no se trata de resignación, sino de una consciencia salobre, un bofetón en el rostro para despabilarnos tras la siesta de la tristeza; la ducha helada contra la paranoia.

Después, habiéndonos vacunado contra la desidia, habiéndonos emocionado con un ficticio pero innegable sentimiento de libertad y bienestar, podemos saltar sin miedo al vagón del metro en hora punta, llegar a la oficina cuando aún no ha amanecido, aguantar puñales candentes cebándose con nuestras cervicales, luchar contra un adormeciento asesino ante una inundación de sobres y papeles inagotables, emparedarnos vivos en un horario aprisionador, aplastante y policial, evitar lágrimas de presidiario y regresar a casa inútiles ya para la vida.

Es éste, pues, el sagrado ritual de la supervivencia, la sumisión aséptica; tal como nos enseñaron nuestros ascendientes, un mal comparado con una tragedia ha de convertirse, por fuerza, en una bendición.

Así la moral del esclavo, ancestral, negra y perdida en los tiempos del primer dolor.

HE AQUÍ EL HOMBRE


Tengo cierta tendencia a ver el rostro de Nietzsche en las manchas de las paredes. Lo cual no es extraño, pues Nietzsche era dueño de una fisonomía compuesta de pegotes y amalgamas. En cualquier superficie cubierta de gotelé uno termina, después de no mucho buscar, por encontrar su figura.

UN PAR DE MICROCUENTOS

EL FUTURO LÍDER

“¿Qué quieres ser de mayor?”, preguntaron al niño que arengaba a una multitud de muñecos cuidadosamente dispuesta a su alrededor.
“Creador de catarsis”, respondió con los ojos ensangrentados.




LA CABEZA

Un brujo que estaba dominado por tendencias suicidas descubrió una fórmula mágica para hacer desaparecer para siempre distintas partes de su cuerpo con sólo nombrarlas. Si pronunciaba pie en voz alta aparecía al instante un muñón allí donde antes había estado el tobillo.

Un día que llovió excesivamente y la más angustiosa tristeza se había adueñado de él decidió desaparecer por completo. Fue nombrando en voz alta, con la solemnidad de un sacerdote al decir la misa, cada una de las partes de su cuerpo hasta verse reducido a una cabeza flotante. En ese momento pronunció la palabra lengua.

Y tuvo que soportar la condena hasta el día de su muerte.

DESDOBLAMIENTO Y RESPUESTA



Era joven y extraño. Sentía miedo hasta en las uñas, paseaba mi inocencia y mi inconsciencia por las calles más negras buscando un alimento para mi alma. No quise pertenecer a nada ni a nadie y rehuí toda enseñanza que no fuera clandestina. Dios galopaba, por entonces, dándome coces en el hígado y relinchando junto a mi occipucio. Estaba ahí, o quería estar ahí. ¡Que horrible presencia! Martirizaba mi cerebro con luces y sombras, apareciéndose y ocultándose en los momentos más inesperados. Y no me hablaba. Aquel pedazo de sueño sin rostro no me hablaba. Quise plantarle cara, pero no sabía hacia donde había de mirar. Porque no oía su voz y aquel pedazo de sueño terrible no se dignaba tomarme de la mano.

Por eso busqué la divinidad a ras de suelo. Invertí mucho tiempo y muchas fuerzas, muchas noches de vigilia, en acaparar un mundo que estuviese a mi altura, que no diera de lleno en lo imposible. Y dios seguía haciéndome cosquillas.

Un día, al despertar en una mañana de resaca, con la lucidez de un moribundo, dije con voz calmada, condescendiente y limpia de ironía: Padre, ¿por qué me has abandonado? Y la respuesta que obtuve fue un silencio tan atroz como un huracán, frío, gélido, de una indecencia y una perversidad insultantes. Sonreí.

Después me levanté y repetí la operación ante el espejo de mi cuarto de baño. Padre, ¿por qué me has abandonado? Y entonces, sin música de arcángeles ni luces milagrosas, apareció delante de mis narices, en una sola forma, la caricatura grotesca y soez del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aquel cro-magnon de mi siglo aullaba tras el espejo el canto puro de su existencia. Dios se había petrificado y la piedra se rompió en mil pedazos con mi primer estornudo matutino.

martes, 26 de mayo de 2009

LA GRAN APACIGUADORA

Nuestra gran heroicidad consiste en continuar estando aparentemente sobrios, indecentemente cuerdos, brutalmente vivos y en pie. A pesar de todo el eléctrico engranaje de miedos y locuras que nos trilla el cráneo, una lucidez mágica, un milagro de clarividencia angelical permanece expectante en espera de protegernos del caos. Cuando la chispa surge para incendiar el entendimiento hay una sombra luminosa que se arrastra desde nuestros abismos para sofocar el fuego, la tensión y la tragedia. Es la Gran Apaciguadora. La Dama que nos ofrece el regalo de la victoria sobre los elementos externos; victoria de la que emana nuestra peculiar y discreta gloria diaria.

LA SONRISA ME LA GUARDO PARA LUEGO


Decidido por fin a depurarme, he entregado a la letra toda mi fuerza de instinto. Vuelvo sin reparos a mi confortable cueva literaria. Creo que tengo en contra a toda la grey, resentida por su condición de animal enjaulado. Mi cueva es más grandiosa que un planeta. Y tan enigmática como el corazón de Don Quijote. En ella confabulo y preparo las blasfemias que han de ser esparcidas, como un brujo prepara las pociones en su choza. Y me importa bien poco que esta cueva no sea la Cueva Felicidad y que dé de lleno en la tristeza; mi felicidad me la invento con cuatro lágrimas y una mezcla proporcional de emoción y escalofrío. La sonrisa me la guardo para luego; sólo quiero vivir en mi mentira. Recuerdo, aquí y ahora, en este presente fulgurante, los tiempos en que la vergüenza me cortaba las alas y me lastraba; los tiempos en que la fantasmagórica vida literaria, o vida literatura, era una incomodidad secreta, una enfermedad. Pero he renunciado a los buenos burgueses, a los oficinistas con playeras. Hoy me subo a los riscos y, de cara al horizonte, dejo ondear al viento mi capa y mi melena, con los ojos extasiados, permitiendo que la catarsis se haga carne en mí y aflore con mis lágrimas el verbo divino. ¿Persigo convertirme en un dios?. ¡No soy tan estúpido!.


Ni tan inocente. Ni tan ingenuo. La literatura sirve para que los hombres de una época puedan hablar con los hombres de otra. Y yo os digo, humanos del futuro, nietos de mis contemporáneos: vuestros abuelos fueron gente dormida, parieron a vuestros padres como quien juega por costumbre. Vuestros abuelos y abuelas vivieron la vida como la viven los árboles, agarrados a la tierra, dejándose invadir por su propia sangre y renunciando al vuelo libre, a la caída en picado; agarrados al miedo, obedientes -sobre todo obedientes-, cobardes frente al látigo y amanerados por disimulo. Vuestros abuelos, gente sin alma, se aferraron a la sucia comodidad y rechazaron ser libres de puro vacuos. Yo les veo y, entretanto, sólo puedo escribir para vosotros.


Sólo puedo hablaros a vosotros, con la náusea a las puertas, porque tengo una sensación extraña de que todo está ya muerto, de que vuestros abuelos están ya muertos y aún no han nacido vuestros padres. Y los muertos no oyen. Yo también tengo miedo. Por eso sólo puedo hablaros a vosotros, clavos ardiendo a los que me agarro sin muchas esperanzas; vosotros, clavos ardiendo que, seguramente, seréis los de mi definitiva crucifixión.


Aún así estoy decidido a depurarme y entrego a la letra toda mi fuerza de instinto para que no se acumule la grasa en mi interior e impedir que se taponen todas mis salidas. Lo que llevo dentro no es más que un flato espiritual que lucha por fluir a pesar de todo. Aquí, en mi cueva. De cara al futuro y relamiendo con su lengua de fuego el presente. Mi presente. No tan malo, sin embargo, como literariamente me esfuerzo en dibujar. Lo importante es perderle el miedo a la vida. Y todo puede ir como la seda. A los hijos de los hijos de mis contemporáneos les digo que puedo ser feliz, a pesar de mi entorno. A veces me ayuda endiosarme un poco, otras veces disfruto de la tristeza y cuando caigo en el abismo me vuelvo un estoico y esto me salva. Vuelvo a emerger y subo de nuevo a los riscos, donde el viento hace ondear mi capa y mi melena, figuras de mi blasón personal.


Cuando el líquido oscuro de la vida nos llega al cuello y amenaza con ahogarnos, es el momento de abrir la boca y beber. Quienes han bebido la vida saben que emborracha, pero no mata. La vida no mata. La muerte ha de ser siempre el final de una buena copa. El fondo del vaso.

BILIS Y OTRAS SUSTANCIAS



Vamos a provocar el naufragio. O nos tiramos por la borda o reventamos las máquinas. Que no nos atemorice el viento. Roguemos por un huracán de proporciones bíblicas que haga pedazos nuestra embarcación. Este paseo lento se hace insoportable. ¿Escapamos? O tal vez sería mejor sentarnos a esperar cómodamente la llegada de la autocompasión. Bañarnos en grasa.

Aquí ofrezco un sistema. Una especie de lavativa que purificará las paredes de nuestros intestinos. Os regalo todo esto.

Bilis, bilis. Mucha bilis. Y otras sustancias con cuya libación nos reinventaremos. Lo que expulsemos será de nuevo consumido por la buena vía. Aquí y ahora.

Preparémonos para la Eucaristía, muchachitos.