martes, 16 de junio de 2009

DOS MICROCUENTOS

UN TRUCO

He oído contar que algunos hombres, llevados por el afán de experimentación en la búsqueda del placer infinito, arrancan las alas a las moscas y se colocan cuidadosamente sobre el glande el animalito mutilado. Éste, al corretear sin sentido provoca con sus patitas una maravillosa sensación en el experimentador.
¡Dichoso aquel que consiga arrancarle las alas a Campanilla!.



AL DICTADO DE LA LOCURA

He aquí un fragmento de la novela que dejó inacabada un viejo escritor loco:

“Yo soy Teofrasto, hermano de Cleóbulo, emparentado de lejos con la tribu de Rubén. Voy con la vida o con la muerte según soplen vientos. Dentro o fuera estoy siempre solitario. Yo soy Teofrasto, sobrino del genoma, esclavo del rey Pirro. Deambulo sin linterna por los rincones infinitos. Mis manos son inmunes a la materia sólida y llevo a los siglos palpitando en mis genes. Yo soy Teofrasto, marido de César; capitán de tropas napoleónicas. Yo inventé los agujeros negros y creé con mis manos las gotas de lluvia, la tierra, el fuego y la brisa. Cuando he imitado a los átomos me han llamado dios; cuando he separado los imanes, demonio.
Yo soy Teofrasto, demiurgo sentenciado, cuñado de Mozart”.

LOCO, HOMBRE-MÁQUINA Y VENCIDO

Era yo, tal como me ve el espejo, desnudo entre los hombres, imaginado por todos, bestia despojada de indumentaria en un sueño de cromañones. Era libre frente a la sangre doblegada que acumulaba tristezas arcaicas. Loco, decían. Loco me llamaban y se inventaban risas que brotaban secas bajo sus ojos tristísimos. A las espaldas del mundo, ante la mirada del dios-abuelo, ni la lluvia ni el sol más inmensos dejaron de acompañar mis largos paseos por la ciudad de lo real; aquella a la que dieron el nombre de Locura. Sólo los hombres se negaron a compartir mi camino. Y fue como una liberación. Me supe sabio, o al menos limpio, y me sirvieron de alfombra todas las banderas del mundo.



Yo era, en mi caverna, dueño y rey del universo y sus confines. Despreciado sin que me importara, condenado a la misantropía, pero sin prisas y con todo el viento a mi disposición. Porque me daba al aire y todos lo sabían. El aire era mi guía. De él extraía todas mis caricias y el deífico goce con que alimentaba mi modorra. Con él dormía y a él me entregaba. Amante limpio, siempre recorriendo mi desnudez, mi cuerpo llano y libre. Fue el vehículo y el mapa que me llevó de vida en vida, de sueño en sueño, certero y paternal alrededor de mis huesos como un envoltorio. El aire. El pecaminoso aire. Por él bajé a los lodos; en él me sequé luego.

Yo era, fui, un jugador incansable. Apostaba fuerte porque todo era mío y no poseía nada y nada tenía, pues, que perder; tan rico y poderoso llegué a sentirme.

Bajo los árboles, sobre la hierba de Walt Whitman, entre los tilos de Rimbaud y los versos de todos, fui capaz de reír como nadie, de llorar de gozo, de gozar con el nombre sagrado e impronunciable de mi vida; santo en los infiernos, demonio celestial, hombre, al fin, desnudo entre los hombres.

¡Ojalá mi sordera hubiera sido sordera de alma ante los consejos de los malos augures! ¡Ojalá hubiese sido sordo de espíritu y ciego de corazón ante los civilizados apóstoles de la sociedad! Nunca debí percibir el gusto, el tacto y el olor del dinero. Alimentos y agua nunca me habrían faltado, ropa no necesitaba, techo... por techo tenía el mundo.

Quienes me llamaron loco me llamarán hoy grandilocuente; quienes han bebido del mismo manantial en que fui bautizado sabrán que soy sincero.

Yo era tal como me ve el espejo, un simio de verdad, desnudo ante los hombres; un sexo lubricado goteando sobre las flores. Infinitamente más dios y más libre que todos los demiurgos creados por el sueño de los pueblos.

Hasta que llegó el miedo.
Por miedo perdí el campo. Por culpa de la tristeza renuncié a correr desnudo.

Me tuve que amoldar a los horarios, al metro en hora punta, a las vicisitudes de un empleo.

Y los tilos de Rimbaud se descompusieron en un herbario de momias decimonónicas, disecados como un mal recuerdo de la vida plena. Un triste catálogo amarillento que insultaba a mi memoria y me acusaba de traidor cada noche.

Ahora soy el hombre-máquina, sin emociones, cansado de que nada me sorprenda. Tengo una piel, bajo la ropa, que ya no vibra y ha regresado a mi carne el humano y ancestral miedo a la locura. Me embadurno con esta rutina incesante que suena como un gong, decidido a postrarme ante la nada, a momificarme en vida y, también, a dejar de ser un niño.

Y esta vez para siempre.

miércoles, 3 de junio de 2009

PREPARACIÓN PARA LA LUCHA O EL DIÁLOGO

Si no eres capaz de aceptar la contradicción, si no ves en la duda una máxima que gobierna la inteligencia, si no crees con Unamuno que lo otro, lo contrario también pueda ser verdad, no me leas. Olvídate de mí si vas a aseverar tajantemente, si vas a afirmar contra viento y razón. No soy tu interlocutor si tu seguridad es aplastante, si tu certeza es firme. No busques conversar conmigo si no has aprendido a fundir el blanco con el negro para crear un gris revolucionario. No lo hagas, no me invoques para matar tu tiempo en discusiones constructivas, porque yo no soy tu juguete. Diviértete sólo y calma tu sed intelectual en otros laberintos. No lo hagas, no rebusques en mi interior, porque te desprecio. Y si eres capaz de aceptar este desprecio, asumirlo, digerirlo y racionalizarlo sin llegar a convertirlo en ley, entonces ven. Te espero.

Empieza por entender que es inútil que rebatas mis argumentos, porque yo mismo me los estoy rebatiendo antes de empezar a hablar.

¿Qué gran aburrimiento me tienes preparado? ¿Por qué te empecinas? Si existe algún dios sólo puedo ser yo. Y ni siquiera esto me convence del todo. ¿Por qué sigues leyéndome?

Pero si entiendes lo que digo, entonces continúa tu lectura. Porque tú eres yo y es para ti para quien escribo.

No soporto los estallidos de cólera que amurallan una cerrazón estúpida. Si buscas una guerra, deberías pensártelo mejor. Pero si, a pesar de todo, quieres luchar, no tengas la menor duda de que iré a por ti hasta la muerte. Si luego sufres, si te ves dañado, no vengas después con la lagrimita. Te he advertido lo suficiente para que tu autocompasión me dé náuseas. Llevas las de perder desde el principio por una razón: yo ya he perdido. Y no habrá nada que me detenga en caso de enfrentamiento. Tengo tanta pesadez de párpados que si me hostigas, tal vez no me importe llegar hasta el final. Y el final es la destrucción. Nada de lo que digas me herirá si no lo cargas con argumentos. Pero, ¿qué argumentos puedes usar contra una lengua cargada de razón? Sí, mi lengua llega hasta ti cargada de razón. No me juzgues pretencioso. Es que nunca ataco por un solo flanco. Si tú vienes de cara, te rodearé y acabarás viéndote sitiado. No son trampas, no son armas falsas. Es sólo una maniobra envolvente que se ríe de los que van por la vida seguros de sí mismos.

Puedo llegar a hablar sin parar durante horas larguísimas. Cuando la desesperación se apodere de ti habré vencido. Mi arma es la paciencia.

Dirás que también yo parezco muy seguro de mí mismo. Te equivocas. No lo estoy. Y eso me da fuerzas. Sé también que con ello conseguiré sacarte de quicio y, en el momento en que lo logre, habrás recibido la primera herida mortal. A partir de ahí me proclamaré vencedor. Y no podrás hacer nada para evitarlo. Llegarás a llamarme sofista, pero sólo estaré demostrándote que no hay nada que puedas afirmar. Sólo sé que no sé nada, ahí empezó todo.

Sin embargo, no creas que me agarro al aire. Todo lo que voy a decirte lo has pensado tú también en alguna ocasión. Juego con tus armas, así que no me señales con el dedo. Lo que diga, lo has dicho tú antes. Mis afirmaciones han sido tuyas. Y si no lo recuerdas, déjame que te refresque la memoria. ¿Cuántas veces has dicho lo contrario de lo que ahora dices? Lo sé de antemano. ¿Cuántas veces hemos dicho todos todo lo que se puede decir? En serio o en broma, borrachos o sobrios, en una circunstancia o en su contraria, en un momento de cólera o respirando paz. ¡Pobres filósofos de la historia! ¡Cuánto tiempo perdido!

MAESTRO EN FANTASMAGORÍAS


Sólo él. Un puro misterio de la juventud, una casualidad entre casualidades. Y un secreto que se funde bajo la capa de la piel, blando y necesario como una entraña. Gerifalte de cantores sin ejército, ninfa febril, efebo cruel.

martes, 2 de junio de 2009

ASÍ HABLABA

Hoy no hablaré yo, lo hará Nietzsche por boca de su Zaratustra:

Yo os digo: es preciso llevar dentro de uno mismo un caos para poder poner en el mundo una estrella.

lunes, 1 de junio de 2009

DE VITA BEATA



Por lo que a mí respecta, si pudiera vivir como un anacoreta, huir de la noche y sus luces, sería medianamente feliz. No soy lo que creéis. Lo que fui, todo lo que bebí y lo que disfruté con la locura, no son patrones para juzgarme hoy.

Hoy necesito más la luz del día, la calma. Me aburro terriblemente en medio del descontrol y no encuentro nada amable en tropezar borracho.

Si pudiera escapar del siglo, encerrarme, columpiarme en una mecedora, rodeado de libros y comida casera, sería feliz a ratos, que no es poco. Y si tuviera además una voz cálida a mi lado, que me secase el pelo tras la ducha y acariciase mi espalda para dormir tranquilo, daría por cerrados todos los bares del universo.

Pero se me ha condenado.

Obligado a andar a trompicones, voy a la oscuridad como las polillas a la incandescencia. Me abraso por desesperación y juego a los abismos. Porque no sé templar mis nervios cuando estoy perdido, corro de esquina en esquina, de farola en farola, como un tigre endemoniado.

Sufro por ello, porque lo que yo quisiera es dormir a pierna suelta sin dolor de garganta, despertarme sin tortura y hacer del desayuno ceremonia.

Pero se me ha condenado.

He creado un icono de mí mismo y ahora se me obliga a perpetuarlo. Si vuelvo a recrearme en la inmundicia es porque nadie se cree lo que yo busco. Y no se me permite la cordura.

Por lo que a mí respecta, quisiera vivir tranquilo, apaciguado.

Aunque os empeñéis en no creerlo.