jueves, 1 de octubre de 2009

Y AHORA LA SONRISA

No tengáis miedo. Es el consejo del lúcido.

Yo sé que habéis espiado cada una de mis tristezas con preocupación y que habéis leído mis desahogos literarios con el temblor impotente de quien asiste al espectáculo de la locura.

Pero ahora he de ser honesto. “Mierda para la poesía”, dijo Rimbaud. Todo esto, ya os lo dije, no es más que un juego perverso que busca destrozar entrañas como la mayor de las victorias. Y no es un mal cometido si logramos el revulsivo que incite a los hombres a ponerse en marcha, aunque sea en el inicio de otros nuevos juegos igualmente perversos.

Pero hoy he decidido diluir el trampantojo, quitarme la máscara y contaros el truco. Los otros magos me odiarán por esto, pero me importa más hablar claro.

Tal vez no haya sonado aún la hora de la felicidad en literatura. Y ahora lo vais a entender. Este entretenimiento, más que un exorcismo es un sumidero, un retrete, un pozo ciego adonde van a parar las suciedades personales y las costras nauseabundas de cada cual. Como no deja de ser un divertimento estético, amontonamos la mierda y le damos forma. Y surge el estilo. Contemplamos nuestra obra y sonreímos satisfechos viendo lo que da de sí la inmundicia. La adornamos. Recubrimos la porquería con nuevos pegotes y producimos basura nueva para no quedarnos sin materia prima. Así engrandecemos nuestra pena; buscándole una utilidad.

Pero, ¿y la alegría? Esto es más costoso. Lo que es amable no se deja amontonar de cualquier manera, pues su exceso lo degrada. Alguna pincelada suelta de vez en cuando es suficiente. Demasiada felicidad no estaría bien vista. El ego es nuestra herramienta y una sonrisa es una debilidad.

Y ocurre, además, otra cosa. Cuando uno sufre, vuelca su dolor en la palabra, se limpia, suda; cuando uno es feliz ríe, bebe, folla, baila, abraza a la gente y se olvida de escribir. Porque ya no es necesario.

Pero yo hoy me he dispuesto a respetar mi oficio, a aplicarme en la tarea sin tener que esperar nuevas tristezas. He decidido sentarme a juntar palabras para contaros el secreto de los poetas amargos y daros cuenta de otra realidad que también nos ocurre aunque la apartemos como a un virus que podría hacer enfermar nuestro verbo. Así, voy a ser tajante. Nada de oscuridad esta vez. Sincero hasta el mareo.

Hoy os puedo asegurar: que no hay en el mundo persona con más ansia de vida que yo, con más ganas de vivir. Que la existencia es un lujo adornado con maravillas.

Hoy, ni una puta lágrima. Me bebo con delicia mi presencia en el mundo.

Soy feliz.

Muy feliz.

YO Y YO MISMO

Aquí, delante de mí, tengo mi propio cuerpo. Detrás, tengo un sueño. Saltaré de espaldas sin perder de vista el horizonte. Después, de un brinco hacia delante, recuperaré mi forma. Y la limpieza será total. Si el cálculo es preciso y las fuerzas no me fallan, creo que podré diseñar de nuevo el mundo. Después de una agonía, si se consigue sobrevivir a la muerte y se esquiva con buen pie la locura, es posible lograr el estallido más brillante, una apoteosis de las de verdad. Yo lo vislumbro.

Es imprescindible un plan; mejor si está ligeramente desenfocado, dejar de lado ciertas emociones y marcar una geometría perfecta sobre la que canalizar las brumas. Luego arremeter a tumba abierta, seguros del poder que hemos creado. Como en una guerra santa. La batalla ha de ser a muerte. Ya vendrán nuevas agonías, pero esta guerra hay que ganarla.

Vislumbro una cierta victoria. ¿Es posible? En mi corazón hay ruido de sables.

Y eso suele presagiar un nuevo gobierno.

Tal vez un reino nuevo.

SER INFINITAMENTE YO

Ser infinitamente yo. O dejar que se consuma todo. A partir de ahora, sin disimulo, aquí me tenéis. Más sincero imposible. He roto todos los candados y he descosido la boca a mis dragones. Me he convertido en un dragón. Por fin.

Ojeroso. Cansado. Ya... ¿qué más da? Aquí está mi lengua relamiéndose de gozo. Y aquí mi alma. Enfrente de vuestras calaveras. Todo ha sido soltado.

Al fin y al cabo, no iba a morirme sin darlo. Me dispongo a reinventarme.

Ser infinitamente yo. De una vez por todas y sin sonrojo. Para suavizar mi úlcera; para que no me queme el esófago.

Ahí va mi sangre, todo lo que me duele. Porque mi felicidad es mía y no quiero compartirla. Aceptad sólo la bilis.

Por mi parte, voy a aurificar la vida. Quiero mármoles, oro, esplendor y lujo. Quiero aprender de los grandes maestros avaros.

La gran obra de arte está llegando. En el próximo tren, a la hora más intempestiva. La modestia ha muerto, ya no soy humilde. Pienso curar mis angustias con un derroche de estallidos verbales, con el despliegue de todas las ambiciones más mezquinas. Voy a engrandecerme desde el limo.

Y no preguntéis, porque no tendréis respuestas. Si buscáis consuelo acogeos a otros gurús. Yo sólo pienso en mí y sólo para mí es el fruto de mi lucidez.

Ser infinitamente yo. Como si se abrieran las nubes y descubrieran de repente la luz imprevista. Un milagro fascinante, un disco de fuego cegando vuestros ojos al despertar. Así me he creado. Tan grato y hermoso a mi vista como siempre había soñado. Yo infinito.