miércoles, 27 de mayo de 2009

CONSUELO

Imaginemos por un momento cincuenta grados a la sombra en un penal de Nuevo México, encadenados los pies y vendidos, acosados por el dolor en medio de una orgía oscura y siniestra en donde los funcionarios se regocijan y los reos sufren silenciosos, comiéndose la muerte con los dedos. Seamos capaces de hacer el esfuerzo glorificador de vernos a nosotros mismos encadenados a la atroz privación, sometidos a la desgarradora burla de unos muertos sobre otros. Calor, exudaciones dolorosas, vergüenza que aturde, olores que atormentan, escozores en la piel descarnada que funden el alma, sol abrasador, penumbra, oscuridad solidificada; gangrena y daño.

No caigamos en la tentación de recrearnos, de teatralizar o escenificar en nuestra mente una tragedia literaria. La salvación, si es que perseguimos alguna suerte de autoamnistía, pasa por condolernos por los desconocidos pero existentes condenados y, después, en un alarde de egoísmo purificador, mirar a nuestro alrededor y combatir la realidad con el esfuerzo sublime de sentirnos a salvo. Así agotamos las posibilidades de rodar cuesta abajo por la desesperanza; no se trata de resignación, sino de una consciencia salobre, un bofetón en el rostro para despabilarnos tras la siesta de la tristeza; la ducha helada contra la paranoia.

Después, habiéndonos vacunado contra la desidia, habiéndonos emocionado con un ficticio pero innegable sentimiento de libertad y bienestar, podemos saltar sin miedo al vagón del metro en hora punta, llegar a la oficina cuando aún no ha amanecido, aguantar puñales candentes cebándose con nuestras cervicales, luchar contra un adormeciento asesino ante una inundación de sobres y papeles inagotables, emparedarnos vivos en un horario aprisionador, aplastante y policial, evitar lágrimas de presidiario y regresar a casa inútiles ya para la vida.

Es éste, pues, el sagrado ritual de la supervivencia, la sumisión aséptica; tal como nos enseñaron nuestros ascendientes, un mal comparado con una tragedia ha de convertirse, por fuerza, en una bendición.

Así la moral del esclavo, ancestral, negra y perdida en los tiempos del primer dolor.

3 comentarios:

davizcuervo dijo...

jejejejejeje......Bro!

Anónimo dijo...

Tales y oscuras profundidades intentan arrebatarme las ansias por respirar aire puro, disfrutar del Sol, de restregarme por las verdes y frescas praderas, de sentir las palpitaciones de mi encarnado núcleo pectoral. ¡Oh, Necro!, ¡aléjate de mí con tus funestas influencias!, ¡resucita tu alma con la ingesta de grandes cantidades de azumbres variadas este Domingo al mediodía por las cavas madrileñas, junto a mi grata y acaramelada compañía!
De usía una respuesta espero.

D. Antonio Francisco de Gámez e Fijodalgo

David Valle dijo...

Señor de Gámez e Fijodalgo:

Si espera usted una respuesta de Ussía no sé que se le ha perdido por estos lares. Busque algún blog o maldita cosa donde ese bellaco pueda responder a sus preguntas.

Ahora bien, si es respeto y no apellido, entonces le responderé gustosamente que hablaremos para el día que usted, vos o vuesa merced -como más le plazca- me indica y le comunicaré mis posibilidades de incorporarme a la parranda que ya sé que tienen planeada usted, Choto, hermano y compaña.

Abrazos fuertes y respetos los justos.