domingo, 25 de marzo de 2012

LA SUSTANCIA DE LOS SIGLOS

Habiendo llegado a mí el rumor de una sonrisa, me he asomado a la ventana con el torso descubierto. He visto las tumbas de los héroes en medio de la calzada, pisoteadas por pies extraños; los mausoleos derruidos; el honor de sus medallas vendido al peso en almonedas oscuras; los estandartes deshaciéndose hilo a hilo al huracán de la historia y el metal de las espadas de su altanería en concreción. Me ha llegado el eco de mil glorias eternas pudriéndose lentamente y olvidadas en el desván del chamarilero. He olido el viento frío que llega de los cementerios donde se almacenan los huesos de los paladines, los restos de uniforme de los gerifaltes, la madera renegrida de lo que fueron sus ataúdes, la soledad y el vacío sin fondo. Ha llegado hasta mí el recuerdo absurdo de aquellas vidas malgastadas en pos de una leyenda que no retoñó tras el invierno duro de las memorias. Y me he sentido más vivo y más presente que nunca.

No soy un héroe. Estoy como un animal sobre la Tierra. También yo quisiera ser eterno, como metáfora de mi existencia en el mundo, como hipérbole de mi propio nombre engrandecido. Porque me parece odioso respirar este aire sólo un instante. Pero me he aferrado a lo más gozoso de este lapso despreciable y abono mis sembrados con mi propios vencimientos. Lo mejor de todo es que he perdido el miedo a los cañones del enemigo. Lo que me convierte en el antihéroe, pues lo mío son puras bravuconadas. Ahora sé que es posible hacer historia, pensar la historia, sentirla, vivirla como un entretenimiento íntimo sin metas laureadas. Escarbar en lo que fueron vidas ajenas, vidas de otros, para encontrar, así, los senderos escondidos en que se adentraron los temerarios. Pero sin sacrificios ante el altar. Sólo con la mera expectación de un visitante del Gabinete de Curiosidades. Sentirme rodeado de colgajos sagrados, de fragmentos inútiles e informes, me convierte en un voyeur que paladea en secreto la sustancia de los siglos.

De ahí este afán mío por escarbar en la tierra húmeda y desenterrar las calaveras.

jueves, 8 de marzo de 2012

LENTITUD Y ESPUMA

Y ahora, por fin, la parsimonia.

En mi bañera, a salvo del cuchillo que mató a Marat, escribo estas palabras vaporosas. Con el cuerpo caliente, pesado de párpados y hambriento, con mi pene flotando solo y triste entre olas diminutas: aquí sucumbo, heredo el blanco sueño de los ángeles y me pierdo en una tormenta de pensamientos bloqueados.

En este pozo, que no es ni refugio, me hundo cuando tengo ganas de estar en ningún sitio, cuando sólo lo intangible me conmueve. Y escapo a medias, como si muriera un poco. Y así no necesito suicidarme del todo, que nunca fue plato de mi gusto. Renuncio a la tristeza, a la alegría y al movimiento que duele, para hacerme un puro fugitivo del tiempo, sin nada bajo mi carne. Sólo un infinito de proporciones exiguas, inhabitado y ciego. Sin sonrisa ni condena. Aquí me paro. Provoco el ahogamiento de las emociones, bebo jabón. Todo se inarticula, desaparece. Y me suicido un rato.

domingo, 4 de marzo de 2012

BASILISCO FILOSÓFICO O EL HERMANO MUERTO


Podría, si quisiera, reescribir, reinventar lo que fue escrito. O continuarlo. ¡Si creyera en las señales, en la transmigración de las almas! Yo comprendo el origen de ciertos colores, capto matices donde los expertos no se atreven a juzgar; porque son mis matices, mis colores; y utilizo las artes ocultas que no todos intuyen. Comprendo el mercurio, el agua, el Sol y la Luna. Lo que está arriba es igual que lo que está abajo. Lo que fue es lo mismo que hoy gira entre mis manos. La alquimia es una herencia y yo he heredado una voz que fue emitida por mí mismo hace más de cien años. Acepto la influencia y el influjo, acepto el discipulado; pero no niego la eternidad del gen ni la transmisión de ciertas propiedades. Cástor y Pólux, separados en el tiempo, hermanados en un mismo grito. Los débiles alzan la voz y persiguen de un mismo modo la transmutación que les conceda la fuerza, o el rostro de la fuerza.

Aquel que me descubrió la doble cara del crepúsculo, su fórmula primigenia; aquel con quien comparto el misterio de la última vocal: la U de los niños ultrasensibles; aquel que se aparece en cada uno de mis acaboses, insuflando vida, hermano en la balanza y en la pereza; ese buen samaritano que comparte conmigo su hambre, ese yo al que no conozco, desdoblado en mí, frente a mí, contra mí, dentro de los espejos. Él. Él es el compañero. Más bello que yo. Tan amigo, tan enemigo mío; tan igual a mí, tan diferente. Huesos y polvo en su sepultura. Él es la voz que me asusta y me distrae. Soy yo. Y es el otro.

Pero la metempsicosis es una estafa. El delirio es tan agradable... ¡Dejadme jugar! La alquimia no morirá nunca mientras exista una garganta que transmita el secreto. Los gimnasios nefandos pervivirán eternamente mientras haya un hombre capaz de conversar con los muertos. Sé lo que sienten mis iguales, discuto con los ausentes y contesto a mensajes hace tiempo enviados. Y no creo en la magia ni fui jamás nigromante. Ahora llamadme mitómano. Así me ayudaréis a mantener a salvo mi verdad.

Yo sé que quien me escucha tal vez no ha nacido aún. Podemos permitirnos no tener prisa. Así ha sido desde Gilgamesh hasta hoy. Y así será mientras el oro, la plata y el mercurio existan sobre la tierra.