sábado, 1 de agosto de 2009

JUEGO ÓPTICO

Lo primero que uno mira cuando se despierta es la gotera con forma de pelícano que tiene sobre su cabeza. Esta figura, fruto del azar, es en realidad un capricho de nuestra imaginación, que un día, aburrida de observar una fea mancha de humedad, decidió darle un sentido estético, lúdico, que adornase lo que hasta entonces había sido un molesto pegote. Es un juego muy común, uno se pasea con la vista sobre una masa informe y va moldeándola hasta lograr una forma coherente. Al principio obtenemos una imagen borrosa, pero luego, de pronto, aparece algo y decimos esto es, se ve clarísimamente, es un pelícano. Yo una vez encontré, en el suelo del baño de mi oficina un retrato fidelísimo de Unamuno y llegué a verlo con tanta nitidez que me planteé si no habría sido colocado aposta en las baldosas por algún ferviente admirador suyo. Pero claro, uno lo razona después y se da pronto cuenta de lo absurdo de la idea.

Las nubes son, como todo el mundo sabe, otro buen material para este entretenimiento. No es nada anómalo ni peligroso. Todo el mundo lo hace y es un buen ejercicio para distraer la mente. El problema aparece cuando el pelícano desciende del techo, se desliza entre las sábanas y pone todo su empeño en picotearnos el cuerpo, después se acerca a nuestra cara y con un estridente graznido lanza un veloz picotazo a nuestro ojo. Luego se planta sobre la almohada y permanece allí mirándonos fijamente. Parece reír. La humillación que padecemos es espantosa, porque no podemos hacer nada. Lo mataríamos, pero esto no es posible: se trata tan sólo de una mancha de humedad en el techo de nuestro dormitorio.

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