domingo, 23 de agosto de 2009

Hace algún tiempo, en Madrid

De pronto me he vuelto un existencialista. En cierto modo, sé que siempre lo he sido. ¡Mi haraganería se parece tanto a la de Van Gogh! Sólo que él fue capaz de entregarse hasta los huesos. A mí me falta entrega. Estoy parado, atascado. Creo que lo que sucede es que me aburro de ser tan terriblemente viejo y esto provoca en mí un miedo paralizador, un pánico que me impide caminar. A cada paso que doy se me aparece mi propio fantasma, el fantasma de mí mismo, bien en el espejo, bien en la visión de mis propias manos. Entonces tiemblo por dentro. Pongo cara de póker y empiezo a temblar por dentro. Y me causan terror estas cosas tan tristes que escribo; y la forma en que lo hago; y la imposibilidad de continuarlas. Porque me falta entrega. Me siento como un niño que no sabe cómo jugar con sus juguetes.



Paseo estas calles llevando colgada de mi rostro esa media sonrisa forzada que precede al llanto. Paseo estas calles sabiendo que están ya exprimidas hasta la cáscara, que no tienen ya nada que ofrecerme, secas y duras como están. He quemado toda posibilidad de sorpresa y el día en el que me encuentro es demasiado parecido a cualquier día de hace cinco o diez años. Este asfalto, estas aceras sucias me han amansado obligándome a cumplir años a ritmo de autobús. Se han adueñado del mundo. Parece que ya no exista nada más allá. Nada, al menos, que acapare mi atención. Ya ni París funciona. He perdido los sueños entre las cerdas de las escobas de los barrenderos y se me está muriendo Rimbaud. Tengo, como siempre, accesos de melancolía, pero tan conocidos y previsibles que ya no producen en mí ningún efecto balsámico. Se impone la huida, pero ¿adónde? Miro hacia el exterior de mi burbuja y el aire es igualmente pútrido. La muerte no me atrae. El alcoholismo es tremendamente monótono. Me queda la literatura. Por alguna razón sigo confiando en este entretenimiento sin forma, tan engañoso y falso como un trampantojo. En él todo es asquerosa mentira, la mierda acumulada en un cerebro humano que ha de ser evacuada en liberadora diarrea lingüística para que no forme trombos en las venas. Es la limpieza terapéutica que previene del ictus. Entonces, ¿qué me importarán a mí los desechos tóxicos de los demás? Y los demás, ¿qué han de encontrar entre mis excrementos que sea digno de consideración? ¿Por qué esta fiesta escatológica en la que todos nos sentimos a gusto revolcándonos en la inmundicia?

Este juego es una perversión.

No hay comentarios: