sábado, 29 de agosto de 2009

Hace unas horas, de visita en Madrid

La voz cadenciosa de Apollinaire me ha sorprendido en un sueño y he vuelto a oír París y se me han vuelto a poner los pelos como púas. Los asfaltos parecen nuevos otra vez, un poco más lejanos, y la melancolía vuelve a funcionarme algunas tardes. He recobrado emociones que creía vencidas. No he muerto y esto es todo un descubrimiento.

Me he tatuado cinco vocales de colores en el lomo, convencido de la grandeza de vida que me inunda. Creo que ya sé adónde dirigirme. La huida ha dado frutos.

Una sonrisa nueva ha parido un cordero.

Recuperado todo mi equipaje, vuelvo a enfrascarme en la tarea de dejarme fascinar. Aunque aún me quede por llorar, mi posición ante la existencia es hoy de cara y con glotonería. Sea lo que tenga que ser, pero mi nueva piel tardará en secarse y, hasta entonces, todo es mío y el viento sopla a mi favor.

A los cansinos, ni agua. Y a los monstruos adorados de mi galería de mitos, una copa por cabeza para festejar mi regreso.

Bendito Toledo.

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