viernes, 29 de mayo de 2009

VIERNES

Hoy persigo un calor asfixiante que me impida pensar. No quiero escribir, no quiero angustiarme con nada. Sólo fundirme como el plástico. Que una nube de calor denso me inutilice durante unas cuantas horas.

Esta tarde desearía ser enterrado hasta la barbilla en la arena del desierto o trasladado en camello sin reservas de agua. Sin agua no hay lágrimas. Quiero perder la razón.

No más dolor. Sólo calor y debilidad absoluta. Sudar como una vela. Y olvidarlo todo.
Hoy persigo el embotamiento total de los sentidos. Ser un cacto.

Y que este fin de semana me coja confesado.

jueves, 28 de mayo de 2009

BREVE CAMINATA NOCTURNA

De noche caminas hacia la gasolinera para comprar tabaco. La autopista de circunvalación queda a tu derecha, sumida en un abismo de luces de farola y oscuridades amenazantes. Al otro lado de la autopista el pequeño cementerio del barrio, invisible entre las sombras y cuya presencia tan sólo intuyes, interpone un espacio donde la nada se come a la nada entre la vida de acá y la vida que brilla con pequeñas luces palpitantes lejos, casi en la línea del horizonte. Caminas envuelto en una leve niebla que humedece los bordes de tus fosas nasales y por alguna razón tienes miedo. No es miedo a los muertos ni al asesinato ni al atraco con sangre. Se trata de un pavor a los colores de la noche, a la tierra que bajo tus pies parece inerte y que, sin embargo, percibes como una amenaza, como si algo de vida bullera expectante en ella y tú estuvieras caminado sobre la epidermis de un monstruo. Quedan doscientos metros para llegar a la gasolinera y algo en ti sugiere que des media vuelta y regreses a casa porque puedes no llegar cuerdo al amanecer.

HORA BRUJA



Llaman hora bruja al momento en que un día termina y empieza otro. Las doce de la noche, las cero horas, ese es el instante que muchos asocian al misterio y a la magia, a la explosión de miles de ojos nocturnos que, ocultos en la negrura, amenazan a las almas y espían a los que viven.

Pero yo no me conmuevo. Doce campanadas en el reloj no son para mí sino doce avisos enviados desde la nada. Sólo hay un lapso en el transcurso del día que a mí se me antoja algo más que mágico, algo más que brujo. Un instante de fuerzas embriagantes y silbidos imaginarios. Es cuando las sombras se alargan y la luz se espesa hasta derramarse hecha miel; cuando el sol da la espalda y lame los campos como una marea en lenta retirada. El ocaso. El momento del día en que la tierra y el cielo hablan cadenciosamente para dominar las almas de los hombres. La brujería suprema. El grito de presente del dragón dormido.

Afirmo que la hora bruja es el atardecer. Y en mi afirmación me apoyan las aves que se retiran a sus nidos alarmadas ante el silencio que se avecina. En ese momento, en un lugar que me queda lejos, Stonehenge alisa sus ancianas barbas y abre los brazos frente al cielo. Habla y sólo le escuchan los antepasados de nuestros huesos. A mí aún me llega un rumor que comprendo a medias.

miércoles, 27 de mayo de 2009

CONSUELO

Imaginemos por un momento cincuenta grados a la sombra en un penal de Nuevo México, encadenados los pies y vendidos, acosados por el dolor en medio de una orgía oscura y siniestra en donde los funcionarios se regocijan y los reos sufren silenciosos, comiéndose la muerte con los dedos. Seamos capaces de hacer el esfuerzo glorificador de vernos a nosotros mismos encadenados a la atroz privación, sometidos a la desgarradora burla de unos muertos sobre otros. Calor, exudaciones dolorosas, vergüenza que aturde, olores que atormentan, escozores en la piel descarnada que funden el alma, sol abrasador, penumbra, oscuridad solidificada; gangrena y daño.

No caigamos en la tentación de recrearnos, de teatralizar o escenificar en nuestra mente una tragedia literaria. La salvación, si es que perseguimos alguna suerte de autoamnistía, pasa por condolernos por los desconocidos pero existentes condenados y, después, en un alarde de egoísmo purificador, mirar a nuestro alrededor y combatir la realidad con el esfuerzo sublime de sentirnos a salvo. Así agotamos las posibilidades de rodar cuesta abajo por la desesperanza; no se trata de resignación, sino de una consciencia salobre, un bofetón en el rostro para despabilarnos tras la siesta de la tristeza; la ducha helada contra la paranoia.

Después, habiéndonos vacunado contra la desidia, habiéndonos emocionado con un ficticio pero innegable sentimiento de libertad y bienestar, podemos saltar sin miedo al vagón del metro en hora punta, llegar a la oficina cuando aún no ha amanecido, aguantar puñales candentes cebándose con nuestras cervicales, luchar contra un adormeciento asesino ante una inundación de sobres y papeles inagotables, emparedarnos vivos en un horario aprisionador, aplastante y policial, evitar lágrimas de presidiario y regresar a casa inútiles ya para la vida.

Es éste, pues, el sagrado ritual de la supervivencia, la sumisión aséptica; tal como nos enseñaron nuestros ascendientes, un mal comparado con una tragedia ha de convertirse, por fuerza, en una bendición.

Así la moral del esclavo, ancestral, negra y perdida en los tiempos del primer dolor.

HE AQUÍ EL HOMBRE


Tengo cierta tendencia a ver el rostro de Nietzsche en las manchas de las paredes. Lo cual no es extraño, pues Nietzsche era dueño de una fisonomía compuesta de pegotes y amalgamas. En cualquier superficie cubierta de gotelé uno termina, después de no mucho buscar, por encontrar su figura.

UN PAR DE MICROCUENTOS

EL FUTURO LÍDER

“¿Qué quieres ser de mayor?”, preguntaron al niño que arengaba a una multitud de muñecos cuidadosamente dispuesta a su alrededor.
“Creador de catarsis”, respondió con los ojos ensangrentados.




LA CABEZA

Un brujo que estaba dominado por tendencias suicidas descubrió una fórmula mágica para hacer desaparecer para siempre distintas partes de su cuerpo con sólo nombrarlas. Si pronunciaba pie en voz alta aparecía al instante un muñón allí donde antes había estado el tobillo.

Un día que llovió excesivamente y la más angustiosa tristeza se había adueñado de él decidió desaparecer por completo. Fue nombrando en voz alta, con la solemnidad de un sacerdote al decir la misa, cada una de las partes de su cuerpo hasta verse reducido a una cabeza flotante. En ese momento pronunció la palabra lengua.

Y tuvo que soportar la condena hasta el día de su muerte.

DESDOBLAMIENTO Y RESPUESTA



Era joven y extraño. Sentía miedo hasta en las uñas, paseaba mi inocencia y mi inconsciencia por las calles más negras buscando un alimento para mi alma. No quise pertenecer a nada ni a nadie y rehuí toda enseñanza que no fuera clandestina. Dios galopaba, por entonces, dándome coces en el hígado y relinchando junto a mi occipucio. Estaba ahí, o quería estar ahí. ¡Que horrible presencia! Martirizaba mi cerebro con luces y sombras, apareciéndose y ocultándose en los momentos más inesperados. Y no me hablaba. Aquel pedazo de sueño sin rostro no me hablaba. Quise plantarle cara, pero no sabía hacia donde había de mirar. Porque no oía su voz y aquel pedazo de sueño terrible no se dignaba tomarme de la mano.

Por eso busqué la divinidad a ras de suelo. Invertí mucho tiempo y muchas fuerzas, muchas noches de vigilia, en acaparar un mundo que estuviese a mi altura, que no diera de lleno en lo imposible. Y dios seguía haciéndome cosquillas.

Un día, al despertar en una mañana de resaca, con la lucidez de un moribundo, dije con voz calmada, condescendiente y limpia de ironía: Padre, ¿por qué me has abandonado? Y la respuesta que obtuve fue un silencio tan atroz como un huracán, frío, gélido, de una indecencia y una perversidad insultantes. Sonreí.

Después me levanté y repetí la operación ante el espejo de mi cuarto de baño. Padre, ¿por qué me has abandonado? Y entonces, sin música de arcángeles ni luces milagrosas, apareció delante de mis narices, en una sola forma, la caricatura grotesca y soez del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aquel cro-magnon de mi siglo aullaba tras el espejo el canto puro de su existencia. Dios se había petrificado y la piedra se rompió en mil pedazos con mi primer estornudo matutino.

martes, 26 de mayo de 2009

LA GRAN APACIGUADORA

Nuestra gran heroicidad consiste en continuar estando aparentemente sobrios, indecentemente cuerdos, brutalmente vivos y en pie. A pesar de todo el eléctrico engranaje de miedos y locuras que nos trilla el cráneo, una lucidez mágica, un milagro de clarividencia angelical permanece expectante en espera de protegernos del caos. Cuando la chispa surge para incendiar el entendimiento hay una sombra luminosa que se arrastra desde nuestros abismos para sofocar el fuego, la tensión y la tragedia. Es la Gran Apaciguadora. La Dama que nos ofrece el regalo de la victoria sobre los elementos externos; victoria de la que emana nuestra peculiar y discreta gloria diaria.

LA SONRISA ME LA GUARDO PARA LUEGO


Decidido por fin a depurarme, he entregado a la letra toda mi fuerza de instinto. Vuelvo sin reparos a mi confortable cueva literaria. Creo que tengo en contra a toda la grey, resentida por su condición de animal enjaulado. Mi cueva es más grandiosa que un planeta. Y tan enigmática como el corazón de Don Quijote. En ella confabulo y preparo las blasfemias que han de ser esparcidas, como un brujo prepara las pociones en su choza. Y me importa bien poco que esta cueva no sea la Cueva Felicidad y que dé de lleno en la tristeza; mi felicidad me la invento con cuatro lágrimas y una mezcla proporcional de emoción y escalofrío. La sonrisa me la guardo para luego; sólo quiero vivir en mi mentira. Recuerdo, aquí y ahora, en este presente fulgurante, los tiempos en que la vergüenza me cortaba las alas y me lastraba; los tiempos en que la fantasmagórica vida literaria, o vida literatura, era una incomodidad secreta, una enfermedad. Pero he renunciado a los buenos burgueses, a los oficinistas con playeras. Hoy me subo a los riscos y, de cara al horizonte, dejo ondear al viento mi capa y mi melena, con los ojos extasiados, permitiendo que la catarsis se haga carne en mí y aflore con mis lágrimas el verbo divino. ¿Persigo convertirme en un dios?. ¡No soy tan estúpido!.


Ni tan inocente. Ni tan ingenuo. La literatura sirve para que los hombres de una época puedan hablar con los hombres de otra. Y yo os digo, humanos del futuro, nietos de mis contemporáneos: vuestros abuelos fueron gente dormida, parieron a vuestros padres como quien juega por costumbre. Vuestros abuelos y abuelas vivieron la vida como la viven los árboles, agarrados a la tierra, dejándose invadir por su propia sangre y renunciando al vuelo libre, a la caída en picado; agarrados al miedo, obedientes -sobre todo obedientes-, cobardes frente al látigo y amanerados por disimulo. Vuestros abuelos, gente sin alma, se aferraron a la sucia comodidad y rechazaron ser libres de puro vacuos. Yo les veo y, entretanto, sólo puedo escribir para vosotros.


Sólo puedo hablaros a vosotros, con la náusea a las puertas, porque tengo una sensación extraña de que todo está ya muerto, de que vuestros abuelos están ya muertos y aún no han nacido vuestros padres. Y los muertos no oyen. Yo también tengo miedo. Por eso sólo puedo hablaros a vosotros, clavos ardiendo a los que me agarro sin muchas esperanzas; vosotros, clavos ardiendo que, seguramente, seréis los de mi definitiva crucifixión.


Aún así estoy decidido a depurarme y entrego a la letra toda mi fuerza de instinto para que no se acumule la grasa en mi interior e impedir que se taponen todas mis salidas. Lo que llevo dentro no es más que un flato espiritual que lucha por fluir a pesar de todo. Aquí, en mi cueva. De cara al futuro y relamiendo con su lengua de fuego el presente. Mi presente. No tan malo, sin embargo, como literariamente me esfuerzo en dibujar. Lo importante es perderle el miedo a la vida. Y todo puede ir como la seda. A los hijos de los hijos de mis contemporáneos les digo que puedo ser feliz, a pesar de mi entorno. A veces me ayuda endiosarme un poco, otras veces disfruto de la tristeza y cuando caigo en el abismo me vuelvo un estoico y esto me salva. Vuelvo a emerger y subo de nuevo a los riscos, donde el viento hace ondear mi capa y mi melena, figuras de mi blasón personal.


Cuando el líquido oscuro de la vida nos llega al cuello y amenaza con ahogarnos, es el momento de abrir la boca y beber. Quienes han bebido la vida saben que emborracha, pero no mata. La vida no mata. La muerte ha de ser siempre el final de una buena copa. El fondo del vaso.

BILIS Y OTRAS SUSTANCIAS



Vamos a provocar el naufragio. O nos tiramos por la borda o reventamos las máquinas. Que no nos atemorice el viento. Roguemos por un huracán de proporciones bíblicas que haga pedazos nuestra embarcación. Este paseo lento se hace insoportable. ¿Escapamos? O tal vez sería mejor sentarnos a esperar cómodamente la llegada de la autocompasión. Bañarnos en grasa.

Aquí ofrezco un sistema. Una especie de lavativa que purificará las paredes de nuestros intestinos. Os regalo todo esto.

Bilis, bilis. Mucha bilis. Y otras sustancias con cuya libación nos reinventaremos. Lo que expulsemos será de nuevo consumido por la buena vía. Aquí y ahora.

Preparémonos para la Eucaristía, muchachitos.