miércoles, 27 de mayo de 2009

DESDOBLAMIENTO Y RESPUESTA



Era joven y extraño. Sentía miedo hasta en las uñas, paseaba mi inocencia y mi inconsciencia por las calles más negras buscando un alimento para mi alma. No quise pertenecer a nada ni a nadie y rehuí toda enseñanza que no fuera clandestina. Dios galopaba, por entonces, dándome coces en el hígado y relinchando junto a mi occipucio. Estaba ahí, o quería estar ahí. ¡Que horrible presencia! Martirizaba mi cerebro con luces y sombras, apareciéndose y ocultándose en los momentos más inesperados. Y no me hablaba. Aquel pedazo de sueño sin rostro no me hablaba. Quise plantarle cara, pero no sabía hacia donde había de mirar. Porque no oía su voz y aquel pedazo de sueño terrible no se dignaba tomarme de la mano.

Por eso busqué la divinidad a ras de suelo. Invertí mucho tiempo y muchas fuerzas, muchas noches de vigilia, en acaparar un mundo que estuviese a mi altura, que no diera de lleno en lo imposible. Y dios seguía haciéndome cosquillas.

Un día, al despertar en una mañana de resaca, con la lucidez de un moribundo, dije con voz calmada, condescendiente y limpia de ironía: Padre, ¿por qué me has abandonado? Y la respuesta que obtuve fue un silencio tan atroz como un huracán, frío, gélido, de una indecencia y una perversidad insultantes. Sonreí.

Después me levanté y repetí la operación ante el espejo de mi cuarto de baño. Padre, ¿por qué me has abandonado? Y entonces, sin música de arcángeles ni luces milagrosas, apareció delante de mis narices, en una sola forma, la caricatura grotesca y soez del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aquel cro-magnon de mi siglo aullaba tras el espejo el canto puro de su existencia. Dios se había petrificado y la piedra se rompió en mil pedazos con mi primer estornudo matutino.

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