jueves, 28 de mayo de 2009

HORA BRUJA



Llaman hora bruja al momento en que un día termina y empieza otro. Las doce de la noche, las cero horas, ese es el instante que muchos asocian al misterio y a la magia, a la explosión de miles de ojos nocturnos que, ocultos en la negrura, amenazan a las almas y espían a los que viven.

Pero yo no me conmuevo. Doce campanadas en el reloj no son para mí sino doce avisos enviados desde la nada. Sólo hay un lapso en el transcurso del día que a mí se me antoja algo más que mágico, algo más que brujo. Un instante de fuerzas embriagantes y silbidos imaginarios. Es cuando las sombras se alargan y la luz se espesa hasta derramarse hecha miel; cuando el sol da la espalda y lame los campos como una marea en lenta retirada. El ocaso. El momento del día en que la tierra y el cielo hablan cadenciosamente para dominar las almas de los hombres. La brujería suprema. El grito de presente del dragón dormido.

Afirmo que la hora bruja es el atardecer. Y en mi afirmación me apoyan las aves que se retiran a sus nidos alarmadas ante el silencio que se avecina. En ese momento, en un lugar que me queda lejos, Stonehenge alisa sus ancianas barbas y abre los brazos frente al cielo. Habla y sólo le escuchan los antepasados de nuestros huesos. A mí aún me llega un rumor que comprendo a medias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hallábamonos en la abandonada y espectral población de Rebollosa de los Escuderos, en esa hora bruja...