lunes, 10 de junio de 2013

HIPERSENSIBILIDAD




No puedo ayudaros en nada. No sé nada. Sólo dispongo del derecho a hablar. Cuando me veáis invadido por la tormenta dejadme huir sin interponeros. A mi regreso tendréis una buena conversación, es todo lo que os prometo. Pero no esperéis verme florecer, porque todo lo que he aprendido a echar fuera son ramas secas y sin fruto, pero tan enrevesadas que podréis columpiaros y encontrar refugio en ellas. Ramas secas es mi ofrecimiento. Ramas secas mi regalo. Ramas para el fuego en el invierno, para la balsa del náufrago, para azotaros las espaldas. No hay gurú en este mundo que dé menos; no hay gurú que dé más. Y a otra cosa.

 Si sois mis amigos, y eso me basta, tendréis ramas suficientes como para hacer rebosar vuestra leñera. Pero olvidaos de un regalo por Navidad. Es lo más que estoy dispuesto a exprimirme. Es todo lo que sé exprimirme. Nada de verdor, nada de flores. Sólo una sequedad inmensa por falta de creatividad. Mi sensibilidad desborda hacia dentro, empachándome. Lo que os ofrezco son las mondas. Y los  huesos descarnados. Ramas muertas. Nunca tendré la paciencia de Mishima para hacerme bello y fuerte. Sólo sé decir cosas, hablar, juntar palabras, en la esperanza de hacerme ligeramente agradable. Y ni aún así.

Pero, ¡si supierais cómo vivo! Estoy tan bien alimentado... Todo se aprovecha. Desde un perfume en el autobús a la arista desgastada de un ladrillo. Todo es triturado por mí. He masticado los intestinos de dios y he escupido tierra. Paseando por las calles todas las cosas tienen un nombre y todo  nombre reverbera en mi memoria; todo tiene un olor y todo olor reverbera en mi osamenta.

A veces voy como un ciego, palpando las paredes, los alientos, las voces, buscando un lugar donde nadar sin esfuerzo. Mientras devoro mi propio corazón en un arrebato de impotencia, doy todo al diablo. Ya ni me asusto. En medio de las autopistas, mirando al horizonte, esa línea embustera que no es lo que parece, me convierto en un dragón. Pienso: "Han cubierto de carne al monstruo. Le han dado un rostro y unos apellidos". Y mis globos oculares se sumergen en lo más profundo y negro de sus cuencas. Y hablo conmigo mismo sin mirar al frente, casi a la orilla de mi cuello. Camino. Camino hasta casi desfallecer.

Pero, de pronto, un olor o un sonido; tal vez una mancha sin forma definida en el rostro de un anciano; el sol en los párpados, la pesadez idílica. Un suave ser alado que me sigue. Una imagen desenterrada por el milagro de la hipersensibilidad. Regreso a la juventud de mis células y escucho a mis nervios. Es la música de la epidermis y el baile de las neuronas puestas en pie. Acontece el fenómeno maravilloso de la delectación. Me entra una sed infinita de aquello que no veo y decido aplicarme en la tarea de poner en marcha mis escalofríos, construir los instantes; ser el artífice, el mecánico y el degustador primero de mi propia apoteosis. Y me dejo llevar, flotando, por una ensoñación de proporciones divinas. Así pues, me olvido de los hombres y vivo el instante precioso de mi deleite. Es el momento en que beberse el agua de los charcos puede ser considerado un acto sibarítico y es posible encontrar belleza en insultar a los transeúntes.

De este modo he  aprendido a criarme, a hacerme obra. Un obra íntima; yo para mí y amante de mí mismo y de mi propio pulso. Obsesionado con mi tiempo: el que habito, el que me queda y el que ha sido. Os aconsejo que os empeñéis a diario en constatar que estáis vivos, porque lo contrario no podréis hacerlo nunca.

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